lunes, 8 de agosto de 2016

La retirada de una gimnasta

La retirada es uno de los momentos más dulces y amargos en la vida de cualquier deportista. Se termina esa etapa en la que eras el mejor en algo, en la que todos admiraban tu trabajo, sabían tu nombre y te felicitaban al ver tus éxitos. A la vez, se inicia un nuevo camino lleno de descubrimientos, oportunidades y en el que todo parece posible.


Tras los JJOO de Río 2016, muchas serán las gimnastas que se retiren, al igual que algunas lo han hecho durante este año al no conseguir la clasificación olímpica. A falta de confirmación oficial, podemos adelantar que Carolina Rodríguez, Neta Rivkin, Melitina Staniouta, Son Yeon Jae y el conjunto búlgaro, ucraniano y español colgarán las punteras definitivamente. Otros nombres que quizá se añadan a la lista de retiradas son los de Margarita Mamun y Yana Kudryavtseva. A pesar de que no las volvamos a ver competir, no dejarán de ser gimnastas a nuestros ojos.

Personalmente, no entiendo el concepto de exgimnasta o gimnasta retirada que utilizan los medios de comunicación. Como si pudiesen jubilarte de esas horas que has dedicado al deporte, que te han hecho perfeccionista, luchadora y fuerte. Una gimnasta nunca deja de serlo, por muchos años que haga que no compita en un tapiz, no coja unas mazas o no tenga esa flexibilidad de espalda de una alevín.


Se es gimnasta toda la vida y en todos los ámbitos; estudiando, cuidando tu cuerpo, repitiendo las cosas hasta la perfección como con tus ejercicios. Es imposible negar que tantas horas entrenando, pegando cristales, decorando aparatos y viendo vídeos de tus ejemplos a seguir no forjen la persona en la que terminas convirtiéndote. Una gimnasta está en el carácter, en la manera de afrontar el día a día, en reinventarse en lo que hace.


Es inevitable no perderte entre tantos sentimientos encontrados, vivencias y compendio de aprendizajes que el deporte graba en tu piel. Ese primer contacto con el tapiz, los años en los que la rítmica es un juego, un momento para compartir con amigas que pronto se convierten en hermanas. Sin pretensiones de éxito, años en los que predomina la inocencia y tus problemas se reducen a “qué rápido se me ha pasado la tarde”. Hasta que el juego se convierte en algo serio y duermes, respiras y sueñas con la gimnasia. Y llegas a unos Juegos Olímpicos sin saber que estás escribiendo el inicio de una historia muy especial. 

Resulta casi imposible no emocionarse en la semana que da inicio Río 2016 y pensar en todas esas gimnastas que se preparan para el momento más difícil de su carrera, como tantas otras han hecho antes. Anna Bessonova, Silviya Miteva, Evgenia Kanaeva, Alina Maksymenko, Vera Sessina, Alina Kabaeva, Liubov Charkashyna, Inna Zhukova... 


Llamadme ilusa, pero al contrario de lo que muchos digan, no considero que la carrera de una gimnasta tenga final. Sí una transición en la que aprender a llenar los huecos que te deja la rítmica por un nuevo amor, algo en lo que focalizar de nuevo todas tus energías, en lo que pensar cada mañana al despertar, algo por lo que luchar. Pero eso no implica que dejes de ser esa niña que se enamoró del deporte, que aprendió a confiar en ella misma cuando los demás no lo hacían, que demostró que el trabajo y la ilusión lo pueden todo.


La vida es un ciclo y sé que muchas lo entenderéis al entrenar a niñas y recordar vuestros inicios, enseñar manejo de aparato, dar una clase de ballet... Todo empieza y con el tiempo se repite; un ciclo olímpico más a nuestras espaldas y unos nuevos Juegos que dan comienzo. Mil emociones a flor de piel; nos esperan grandes ejercicios, fallos inevitables, alguna que otra lágrima, Río 2016 se convertirá en otro recuerdo memorable más. En el deporte, como en la vida, no hay un botón para retroceder al inicio; nadie se retira, sólo se vuelve a comenzar.

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