La retirada es uno de los momentos más dulces y amargos en la vida de cualquier deportista. Se termina esa etapa en la que eras el mejor en algo, en la que todos admiraban tu trabajo, sabían tu nombre y te felicitaban al ver tus éxitos. A la vez, se inicia un nuevo camino lleno de descubrimientos, oportunidades y en el que todo parece posible.
Tras los JJOO de Río 2016, muchas serán las gimnastas que se retiren, al igual que algunas lo han hecho durante este año al no conseguir la clasificación olímpica. A falta de confirmación oficial, podemos adelantar que Carolina Rodríguez, Neta Rivkin, Melitina Staniouta, Son Yeon Jae y el conjunto búlgaro, ucraniano y español colgarán las punteras definitivamente. Otros nombres que quizá se añadan a la lista de retiradas son los de Margarita Mamun y Yana Kudryavtseva. A pesar de que no las volvamos a ver competir, no dejarán de ser gimnastas a nuestros ojos.
Personalmente, no entiendo el concepto de exgimnasta o gimnasta retirada que utilizan los medios de comunicación. Como si pudiesen jubilarte de esas horas que has dedicado al deporte, que te han hecho perfeccionista, luchadora y fuerte. Una gimnasta nunca deja de serlo, por muchos años que haga que no compita en un tapiz, no coja unas mazas o no tenga esa flexibilidad de espalda de una alevín.
Se es gimnasta toda la vida y en todos los ámbitos; estudiando, cuidando tu cuerpo, repitiendo las cosas hasta la perfección como con tus ejercicios. Es imposible negar que tantas horas entrenando, pegando cristales, decorando aparatos y viendo vídeos de tus ejemplos a seguir no forjen la persona en la que terminas convirtiéndote. Una gimnasta está en el
carácter, en la manera de afrontar el día a día, en reinventarse
en lo que hace.
Es
inevitable no perderte entre tantos sentimientos encontrados, vivencias y compendio de aprendizajes que el deporte graba en tu piel. Ese primer contacto con el tapiz, los años en los que la rítmica es un juego, un momento para compartir con amigas que
pronto se convierten en hermanas. Sin pretensiones de éxito, años
en los que predomina la inocencia y tus problemas se reducen a “qué
rápido se me ha pasado la tarde”. Hasta que el juego se
convierte en algo serio y duermes, respiras y sueñas con la
gimnasia. Y llegas a unos Juegos Olímpicos sin saber que estás
escribiendo el inicio de una historia muy especial.
Resulta casi imposible no emocionarse en la semana que da inicio Río 2016 y pensar en todas esas gimnastas que se preparan para el momento más difícil de su carrera, como tantas otras han hecho antes. Anna Bessonova, Silviya Miteva, Evgenia Kanaeva, Alina Maksymenko, Vera Sessina, Alina Kabaeva, Liubov Charkashyna, Inna Zhukova...
Llamadme ilusa, pero al contrario de lo que muchos digan, no considero que la carrera de una
gimnasta tenga final. Sí una transición en la que aprender a llenar
los huecos que te deja la rítmica por un nuevo amor, algo en lo que
focalizar de nuevo todas tus energías, en lo que pensar cada mañana
al despertar, algo por lo que luchar. Pero eso no implica que dejes
de ser esa niña que se enamoró del deporte, que aprendió a confiar
en ella misma cuando los demás no lo hacían, que demostró que el
trabajo y la ilusión lo pueden todo.
La vida es un ciclo y sé
que muchas lo entenderéis al entrenar a niñas y recordar vuestros
inicios, enseñar manejo de aparato, dar una clase de ballet... Todo
empieza y con el tiempo se repite; un ciclo olímpico más a nuestras espaldas y unos nuevos Juegos que dan comienzo. Mil emociones a flor de piel; nos esperan grandes ejercicios, fallos inevitables, alguna que otra lágrima, Río 2016 se convertirá en otro recuerdo memorable más. En el deporte, como en la vida, no hay un botón para retroceder al inicio; nadie se retira, sólo se vuelve a comenzar.
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